Todas las fechas llegan y todas las novias bailan.

1002632_10153223083535506_805908351_nDurante mi infancia me dediqué a imaginar mi paso por la universidad y, a decir verdad, me salió según lo planeado. A lo que nunca le dediqué un segundo de mis fantasías fue a lo que vendría después, por eso no es difícil adivinar que, lo que vino enseguida, fue trágico.

Hay quien dedica la vida a planear una boda, o los hijos que tendrá. Así es más fácil encontrar una rutina llena de escalones, que te vaya indicando el camino; pero a mí no se me ocurrió aquello, así que ahí estaba yo, a mis veintidós añitos, tan perdida como una tapa de tupperware.

 

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Pero bien dice el dicho que, en esta vida, más vale tener amigos que tener dinero. Fue Sara quien, desde el otro lado del Atlántico, me tiró una tabla de salvación invitándome a vivir una temporada con ella a su casa, en un pueblo blanco y hermoso del mediterráneo: Altea la bella, llena de escaleras y caminitos, para ver si así encontraba el mío.

La magia de la comunicación actual. Gracias a las redes sociales es que, justo hoy,  Sara puso una foto del camino que lleva de aquella casita a la plaza; más de veinte años después pude confirmarle que aún sueño que doblo en esa esquina, para subir a la la plaza.

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invitación

Cuando regresé del Viejo Continente, el único paso que tenía claro era que había llegado el momento de salir de casa de mi madre y vivir sola. Cuando una se emancipa sin marido, nadie te felicita ni te regala nada para tu nuevo hogar; y la verdad es que yo tenía dos camas (no pregunten), un sillón, un librero, un escritorio, un par de sillas, el apoyo moral de mis padres y nada más. Me faltaban todas esas cosas que hacen la diferencia entre un cuarto de alquiler y un hogar.

Sin un novio en el horizonte, el día de la boda se veía lejos, pero el día de independizarse estaba cada vez más cerca; así que me armé de valor y, aprovechando que en la utilería de mi madre había un vestido de novia que ya había usado, me puse a dibujar y anuncié mi boda. Me dediqué un par de meses a preparar una exposición con ilustraciones de todos los objetos que me servirían para empezar mi hogar, puse una fecha y avisé a los amigos que el enlace era inminente. Como en todos los documentos importantes, las letras chiquititas de mis invitaciones develaban el secreto, pidiendo que asistieran formales y con chequera en mano. Algunos supusieron que el marido era algún español, por mi reciente viaje, y algunos, sin saber quien sería el marido, acudieron gustosos a ver qué sorpresa encontraban.

Me casé el 10 de marzo del 2004, como me enseñaron mis padres: como me dio la gana y sin importar el qué dirán,  acompañada de grandes amigos, familiares y alguno que otro colado. Mi padre me llevó al altar, en donde me acompañó junto a mi madre hasta la firma. Y  fue así como todos los asistentes fueron testigos del compromiso que hice conmigo misma, porque mi primera boda fue en solitario pero con mucho público; así me comprometí a cuidarme y respetarme hasta el último de mis días y se los digo sinceramente: nadie debería casarse sin antes haberse comprometido consigo mismo, así lo hice yo y, aunque hoy en día algunos digan que he cometido bigamia, les aseguro que no hay mejor manera de llegar al altar. Además, seamos sinceros, ¿quién desprecia las cumbias de las bodas en una noche entre el invierno y la primavera?